Hola, soy Esmeralda, crecí entre bobinas de hilo y tejidos. Mi padre se dedicaba al téxtil, recuerdo ver y pasar por entremedio de montañas y pasillos estrechos de cientos de bobinas de hilo, la mayoría color blanco grisáceo, de forma cónica y olor característico, un olor que ya entonces me parecía antiguo. No sé exactamente cómo se trataban esas toneladas de hilo, me hubiese gustado visitar una fábrica para ver cómo tejían las maravillosas telas de entonces, las lanas, sobre todo. Había visitado algún despacho de fábrica, ahora lo recuerdo como una película de Cary Grant, una imagen muy antigua, incluso con colores tenues. Los despachos eran desordenados, destartalados, o al menos, así los veía yo, con un sinfín de telas lisas o raya diplomática, la mayoría eran para hacer trajes de señor, me parecía aburrido, ahora me encantaría verlo otra vez, visitarlo, explorarlo y aprender de sus conocimientos. Unos conocimientos de los que se traspasan de generación en generación, como que podemos teñir una tela con té! Mi madre lo hace.
 

De mi madre he heredado el conocimiento y la pasión por la moda, en el sentido más amplio de la palabra. Recuerdo de pequeña cuando volvía del colegio y mi madre estaba cosiendo, con la radio puesta, le encantaba coser, no ha sido su profesión, sino más bien un hobby, o una profesión que la ha enamorado. Siempre estaba cosiendo alguna prenda, desde el inicio hasta su mismo control de calidad, era tan perfeccionista. No estaba acabado si no estaba perfecto, hacía, deshacía, hacía, deshacía, hasta que alcanzaba la perfección. Y entretanto yo aparecía por allí y me daba ‘una clase’ de por qué no estaba bien. De cada prenda que creaba aprendía qué hacía, qué tela era, por qué se hacía así y no de otra manera, en qué diseñador se había inspirado, cómo se llamaba el tipo de manga, raglán, japonesa, montada, aprendí esto antes que la tabla de multiplicar! Por aquel entonces no sé si me gustaba, simplemente escuchaba, opinaba y absorbía conocimiento.